La inocente polvorita

Roberto Diez Gutiérrez y la Bella Hoyosa

Roberto Diez Gutiérrez y la Bella Hoyosa

Temas clave / Anselmo Estrada

Política
Enero 17, 2019 22:31 hrs.
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Anselmo Estrada › Emmanuel Ameth Noticias

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Hace una semana dejó de existir el doctor Roberto Diez Gutiérrez de la Parra, nativo de La ciudad de México, pero hidalguense y pachuqueño de corazón. Sembró su sobrado talento en medios de comunicación, en radio, televisión y prensa escrita.

Comunicador profesional, distinguido maestro y funcionario sin tacha, dejó parte de su indiscutible intelecto en las rectorías de la Universidad Científica Latino Americana (UCLA), y de las universidades tecnológicas de Zimapán y Mineral de la Reforma que él ayudó a crear.

Siempre que alguien de gran talento y gran valor humano como Roberto Diez Gutiérrez desaparece en lo terrenal, deja estelas imborrables, perenes, nada fáciles de seguir, aleccionadoras, ejemplares.

Es aflictivo que su esposa María Elena Ortega y sus hijos Diego y Roberto no cuenten ya con la presencia física de Roberto, mas su memoria permanecerá inalterable para quienes tuvimos el privilegio de conocerlo, de tratarlo; de recibir sus afectos.

Quienes vivimos en la Bella Hoyosa lo extrañaremos. Y para entender por qué, los invito a leer lo que sigue.

En 1992, Roberto Diez Gutiérrez colaboró en el periódico semanario El Muro que dirigía Javier Peralta. Transcribo uno de los tantos comentarios escritos por Roberto con el estilo picante chilangueño que a veces utilizaba para criticar actos de la autoridad municipal, que en la época narrada era presidida por el arquitecto Mario Viornery. Con la lectura nos daremos cuenta que la situación expuesta no ha cambiado: en este año, 2019, deambulamos en una ciudad naufragada en baches.

Los argumentos de la autoridad municipal panista actual, encarnada en Yolanda Tellería, son los mismos de 1992.

PACHUCA LA BELLA HOYOSA

Roberto Diez Gutiérrez.-Por más esfuerzos que hacía, no podía. Le habían dicho que era una proeza increíble, que muchos habían tratado en vano, incluso los más hábiles tuvieron que aceptar su fracaso. Pero él no Iba a arredrarse por simples palabras. Tenía que demostrar qué era el mejor, que en esos de la manejada no existía otro mejor que él.

La realidad lo regreso a constatar qué todo lo que le habían comentado era cierto:

Resultaba imposible transitar por Pachuca sin caer en un pinche bache.
Tenían razón mis cuates, casi todas las calles están iguales, llenas de hoyos, no hay a cuál irle, para donde se haga uno ahí va derechito al cráter, ni forma de esquivarlos. De plano que ya ni la hace el que tiene esto tan jodido.

Por más que giraba el volante de su coche el resultado era igual, un metro aquí, otro metro allá, y la inadmisible presencia de los baches se repetía con el consabido deterioro para los vehículos, como prueba de que la ciudad se deshacía en las manos de las autoridades, “ni competentes ni responsables”, se decía.

Convencido de que era inútil tratar de librar los innumerables hoyos, ahora convertidos en símbolos de la ciudad, Segismundo optó por concluir su recorrido de prueba. Igual que sus amigos, no lo había logrado, ni el manejo más fino y cuidadoso permitía realizar tal hazaña. Las calles estaban condenadas a desaparecer. Todo indicaba que regresaríamos a los caminos de terracería, quizá esos presentaran mejores condiciones.

Cuando Segismundo llegó a su casa prendió la radio para escuchar las noticias, se arrellanó en su sillón mientras se iniciaba el noticiero. La bien templada voz del locutor anunció: “Habrá un programa emergente de rebacheo en Pachuca, la presidencia municipal arreglará las pocas calles que se encuentran deterioradas. Esto se logrará mediante un apoyo especial por varios millones de pesos del Programa Nacional de Solidaridad”.

--¡Pocas calles! ¡Poca abuela! Si todo Pachuca está destrozada, salvo algunas excepciones, parece campo de batalla, reclamó airado Segismundo ante el aparato transmisor como si este le fuera a hacer caso. Molesto, salió de su casa, abordó su coche y metros adelante cayó en otro agujero, muestra de la indiferencia oficial.

¡Que Solidaridad ni que nada! Puras falsas promesas, que van a reparar—hablaba solo--; si a cada rato el presidente municipal hace anuncios y no cumple. Está como el son de La Negra, “a todo dice que sí, pero nunca dice cuándo”.

Manejando su auto, Segismundo cegado por el coraje cometió una grave imprudencia: se metió a Santa Julia donde los baches son tan grandes que uno puede caer con las cuatro llantas a la vez. Salió de esa colonia para circular por la de Aquiles Sedán con el mismo problema.

Tuvo que meter su coche en el enésimo hoyo para no usar la banqueta. Bastante encabronado, dijo para sí: este arquitecto si que está transformando la ciudad, de lo que era Pachuca la Bella Airosa, ahora es Pachuca la Bella Hoyosa, le interesan más las obras de ornato, como los arbolitos del Reloj (Monumental), que arreglar la ciudad de verdad. Los programas de rebacheo son tan inútiles que sólo tiran el dinero. Si fuera médico sería capaz de curar un cáncer con aspirinas.

(…..)Una vez con sus cuates, estos comentaron, ¿qué pasó, mi Segis, no que mucha pieza para el volante? Te dijimos, no la vas a hacer, ´ta pelado, ni los más rifados pueden desafanarse de tanto “bujero”, hasta parece que las calles están así de madreadas a propósito; sólo les dan una manita de gato para aparentar que trabajan (…), creo que hasta riegan los baches para que crezcan. Hasta en la radio ya dicen que ahora vivimos en Bachuca, la Bella Hoyosa.

--La Bella Hoyosa, musitó Segismundo. Con razón se me hizo conocido el nombrecito de la ciudad cuando yo lo mencioné. No cabe duda que algo de esta administración municipal ya pasó a la historia; y yo creí que no nos iba a ir tan pior…”

Lo dicho, Roberto, “la Bella Hoyosa” te va a extrañar.

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