La nueva escalada del conflicto entre grupos sionistas y yihadistas en las tierras de Canaán rememoran la sangre que las ha cubierto desde hace miles de años y que no ha podido cesar en la era moderna gracias a los grupos extremistas que pelean el control de dicho territorio.
Tan solo entre el 6 y 7 de octubre, los ataques han cobrado más de mil cien víctimas: 700 son israelís y turistas, en tanto 400 han sido palestinos -una cuarta parte de ellos, niños-. Pero las cifras están subestimadas. Primero porque hay más de 100 rehenes israelís y después porque a Gaza le cuesta contar sus muertos, especialmente cuando yacen debajo de escombros en edificios, escuelas y mezquitas.
Nunca está de más recordar el origen del conflicto, así sea de manera resumida, si bien ello no justifica las causas que los han llevado al desastre humanitario.
El desplazamiento del pueblo palestino para la fundación del estado israelí por parte de un grupo de sionistas radicales no fue el inicio pero sí el antecedente más significativo del conflicto presente. Con la ayuda de las grandes potencias fundaron un estado de apartheid del que Amnistía Internacional no se ha cansado de señalar violaciones sistemáticas a los derechos humanos y matanzas, además de infinidad de crímenes de guerra.
Del pueblo palestino, desplazado, han surgido grupos de resistencia cuyos extremistas, en respuesta a las masacres, han optado por operaciones terroristas, siendo estos los yihadistas.
Tanto los sionistas como los yihadistas no han hecho sino atacar a la población civil y la diferencia de bajas se debe no a la mínima presencia de humanidad dentro de su radicalización sino al poderío económico con el que cuentan. Los ocupacionistas tienen armamento de última generación y los otros apenas si tienen acceso a lo que les da el mercado negro, prefiriendo gastar millones en explosivos que en una población cuyo ingreso promedio es inferior al dólar por día.
Si ya de por sí es absolutamente reprobable que sus acciones tengan por objetivo el de asesinar a civiles, lo es más esa intencionalidad por procurar la permanencia del conflicto: es sistemático tanto para sionistas como para yihadistas el torturar y asesinar infantes, lo que ha provocado que la misma lucha por la posesión de las tierras de Canaán llegue a un segundo término, siendo desplazado por la venganza del asesinato de los suyos.
Y es que matando infantes, aseguran nuevas generaciones de odio incapaces de llegar a una resolución por la gravedad de los agravios bajo los cuales han crecido. Porque no es una guerra entre israelís y palestinos -que son quienes ponen las víctimas-, lo es entre sionistas y yihadistas.
